hasta que tus oídos no soportan una cumbia más.
Verano es verbena. No hay parroquia de Galicia que no tenga al menos una. Creo que si nos proponemos recorrernos Galicia a golpe de verbena veraniega durante julio y agosto no nos llegarían los días para poder bailar un pasodoble en cada una de ellas. Somos expertos en este tipo de conciertos al aire libre y tenemos orquestas con clubes de fans y tarifas de muchos miles de euros por actuación. Pero a mí estas macro-verbenas no me hacen mucha gracia porque no cabe ni un alfiler y la opción de mover la cadera a ritmo de merengue y dar la vuelta del pasodoble son imposibles sin previamente pisar a la pareja vecina.
Yo soy de verbenas más íntimas en las que los decibelios no hacen vibrar los cristales de las ventanas de las casas cercanas. A la verbena se va a bailar, pero hay otros animales de verbena que prefieren la hidratación continuada a base de cubalibre y Estrella Galicia. Quienes son capaces de bailar salsa con la copa en la mano son unos profesionales y todavía no he visto la versión con el tango. ¡Ay, siempre he querido aprender bailar tango! Mi padre intentó enseñarme, pero él es mejor bailarín que yo. Digamos que lleva más horas de verbena encima. Hace años que se doctoró en verbenas.
A esta cita musical es mejor ir con pareja (o buscarla in situ) o, de lo contrario, terminarás en la barra bajo el toldo abrazado a un botellín de Estrella. En Galicia todos los bares de verbena constan de barra y toldo; este último por si llueve. Yo siempre he ido a hidratarme al bar de Chelo. Es un must.
Las mejores verbenas son en un campo de hierba, donde previamente han estado pastando vacas, ovejas y cabras. Gracias a la comisión de fiestas por preocuparse de no dejar rastro de los regalitos de estos rumiantes en forma de caquita. Prado y verbena van de la mano. Algunas osadas se plantan en tacones. Creo que mi madre llevaba tacones a la verbena... y todas las madres de su generación hasta que aprendieron a verse con zapato plano y descubrieron que al día siguiente no les dolían los pies y no tenían que eliminar los restos de tierra y hierba del tacón. Y qué sería de nosotros sin nuestras cazadoras vaqueras que lo mismo las usábamos para abrigarnos del viento de nordeste como para sentarnos en la hierba. Ese verde se incrustaba en el denim para todo el verano.
Esas verbenas íntimas se pasan a golpe de pasodoble, merengue y cumbia. Perdonadme amigos colombianos, pero creo que nunca he entendido la cumbia y mis piernas y cadera siguen el ritmo pero no la disfrutan. Yo no sé si es cuestión de mi cerebro o simplemente que en Galicia tenemos sobredosis de cambias cada verano. Cada orquesta es capaz de tocar diez cambias como mínimo y eso no hay esqueleto que lo aguante en tierras norteñas.
¡A bailar, a pesar de la cumbia!
Imagen: larevistadecanarias.com
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